“No tuve oportunidad de establecer ningún vínculo real con mi cuerpo ni con mi mente”. Así resume Alyson Stoner, exestrella de Disney y ahora experta en salud mental, los años más oscuros de una infancia que —dice— no le perteneció. En su nueva autobiografía, Semi-Well-Adjusted Despite Literally Everything (”Más o menos cuerda… pese a todo”), repasa cómo el éxito precoz, la presión estética, los abusos encubiertos y la explotación emocional convirtieron sus primeros años en un campo minado del que logró salir con heridas, pero también con propósito.
La estrella infantil de películas como ‘Doce en casa’ y ‘Camp Rock’ relata en su nuevo libro cómo el estrellato prematuro, la explotación y los trastornos alimentarios marcaron su infancia
“No tuve oportunidad de establecer ningún vínculo real con mi cuerpo ni con mi mente”. Así resume Alyson Stoner, exestrella de Disney y ahora experta en salud mental, los años más oscuros de una infancia que —dice— no le perteneció. En su nueva autobiografía, Semi-Well-Adjusted Despite Literally Everything (”Más o menos cuerda… pese a todo”), repasa cómo el éxito precoz, la presión estética, los abusos encubiertos y la explotación emocional convirtieron sus primeros años en un campo minado del que logró salir con heridas, pero también con propósito.
Del estrellato precoz a la autodestrucción silenciosa
Stoner fue descubierta a los seis años, protagonizó éxitos para Disney y Missy Elliott, pero vivió su desarrollo entre abusos estéticos, exigencias imposibles y una infancia robada
A los nueve años, un asistente de vestuario le dijo que el vello de sus piernas era “sucio y poco femenino”, y que no podría usar pantalones cortos hasta depilárselo. “Empecé a ver mi cuerpo como algo que debía controlar, arreglar o manipular según el estándar que me impusieran”, recuerda. Desde entonces, su vida se volvió un combate entre la autoexigencia y la invisibilidad emocional. “No podía tomar ninguna decisión informada sobre mi carrera: dudo mucho que comercializar mi amor por la interpretación fuese algo que decidiera yo”, confiesa.
Entró en el negocio del entretenimiento siendo aún una niña de seis años, tras ser descubierta por la misma cazatalentos que había lanzado a Katie Holmes. Se convirtió en una habitual del Disney Channel, participó en tres videoclips de Missy Elliott, y formó parte del reparto de películas como Doce en casa, Camp Rock o Step Up. Pero detrás de la imagen alegre y brillante, se escondía una adolescente con trastornos alimentarios, una obsesión por el ejercicio físico y una autoestima completamente supeditada al juicio externo.
A los 13 o 14 años, tenía que entrar en salas llenas de adultos sabiendo que se esperaba de mí que los sedujera”
Alyson Stoner, 32 años, actriz
“Para un cuerpo joven y femenino como el mío, lo que se esperaba era que supiera cómo sexualizar mi interpretación. Era espantoso. A los 13 o 14 años, tenía que entrar en salas llenas de adultos sabiendo que se esperaba de mí que los sedujera”, explica. Stoner revela que muchos de sus “primeros momentos” sucedieron delante de las cámaras: su primer beso, su primera cita, su primer contacto con ciertas emociones… “Tenía que buscarlos en Google para saber qué se suponía que debía sentir”.
A los 17 años, tras una década de hipervigilancia física y emocional, pidió ayuda por primera vez. Entró en tratamiento intensivo, donde por fin encontró adultos que no cobraban de su sueldo. “Fue la primera vez que viví una rutina constante. Creo que el tratamiento empezó a tirar de los hilos”.
Stoner define su trayectoria como parte del “pipeline de la niñez al desastre”: una cadena de explotación en la que los intereses económicos de padres, representantes y productoras recaen sobre los hombros de un menor. “El éxito o el fracaso de otros adultos dependía de que yo brillara”, dice. A eso se suman las amenazas: fue víctima de un intento de secuestro cuando su equipo estuvo a punto de enviarla a conocer a un supuesto fan terminal. “Había muchos adultos bienintencionados que solo querían apoyar a una niña con talento, pero si pudiera volver atrás, les animaría a explorar la creatividad sin convertirla en un negocio”.
Incluso en su mejor momento, sus ingresos fueron mal gestionados y acabó sin dinero. Su vida personal también sufrió: una relación tensa con su madre, de quien evita hablar, y una desconexión total con sus propias emociones. Durante años, siguió al pie de la letra manuales de interpretación que animaban a explotar el dolor personal para emocionar ante la cámara. Eso le costó el desarrollo de alexitimia, una dificultad para identificar emociones. “Fue una forma de blindarme. Me convertí en alguien que ya no podía sentir, y mucho menos interpretar sentimientos”.
Salir del sistema y construir una nueva identidad
Stoner perdió trabajos por declararse queer, sufrió una violación en la adultez y hoy lucha por una industria que cuide la salud mental de los intérpretes más jóvenes
Tras perder trabajos por declararse queer en una columna para Teen Vogue en 2018, Stoner dio un giro completo: se formó como terapeuta y lanzó un pódcast (Dear Hollywood) donde entrevistó a otras exestrellas infantiles. En uno de esos episodios habló por primera vez de una violación sufrida en la adultez. A pesar de no estar relacionada con su época como actriz infantil, la experiencia le hizo replantearse muchos momentos de la infancia en los que no se sintió con derecho a decir “no”. “Ya fuera cuando me ponían micrófonos por dentro de la ropa o cuando opinaban sobre cómo se desarrollaba mi cuerpo, nunca sentí que tuviera el control de mi cuerpo”.
Hoy, con 32 años, trabaja como coordinadora de salud mental en rodajes, ha diseñado herramientas de apoyo para jóvenes intérpretes y lucha por la incorporación de figuras especializadas que velen por el bienestar psicológico de los actores, como ya ocurre con los coordinadores de intimidad. “No solo para los niños de Hollywood. También para los niños de internet”.
Lee tambiénM. R.

Stoner reconoce que su visión del éxito cambió radicalmente. “Con 18 años ya había probado los sabores prometidos del estatus y la fama… y me supieron a poco.” Lejos de la alfombra roja, ha encontrado propósito en la escritura, la música y el acompañamiento terapéutico. También ha reconstruido el vínculo con su padre, con quien estuvo distanciada quince años, y descubrió otra versión de su historia: la de un padre que sí luchó por la custodia.
“Mi intención con este libro no es culpar ni señalar a nadie, sino dar herramientas. Creo que cuando sabemos más, elegimos mejor, sobre todo para proteger a la infancia”. Lo dice alguien que ha estado en el centro del huracán y ha conseguido sobrevivir, reconstruirse y hablar por quienes aún no han podido hacerlo.
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