Alemania abre un proceso por crímenes de guerra por la hambruna del asentamiento palestino en Damasco, lo que podría sumar jurisprudencia al caso que enfrenta el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ante el TPI. Las víctimas de ese asedio se identifican con las penurias de la Franja Leer Alemania abre un proceso por crímenes de guerra por la hambruna del asentamiento palestino en Damasco, lo que podría sumar jurisprudencia al caso que enfrenta el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ante el TPI. Las víctimas de ese asedio se identifican con las penurias de la Franja Leer
Los cementerios de los campos de refugiados palestinos son siempre un compendio de historia, aunque sólo sea del atribulado periplo que ha llevado a cabo esta comunidad en su larga búsqueda por un Estado.
El de Yarmuk no es una excepción y, aunque quedó tan deshecho como el resto del enclave, todavía se pueden encontrar tumbas tan significativas como la de Khalil al Wazir, conocido como Abu Yihad, el número dos de Yaser Arafat, que fue asesinado en Túnez por un comando israelí en 1988.
A su lado se encuentra la de Mohamed Zaidan, Abu Abbas, el fundador del Frente para la Liberación de Palestina, que encontró la muerte en Irak tras ser capturado por las fuerzas estadounidenses que invadieron ese país en 2003.
La que nadie sabe identificar -quizás por el oscuro recuerdo que se asocia a su nombre- es la de Ahmed Jibril, líder de una facción palestina que se ganó una triste fama al secundar la represión del clan Asad contra los miembros de su comunidad que peleaban bajo las órdenes de Yaser Arafat durante la guerra civil del Líbano y que, más tarde, participó en el cerco Yarmuk. Su sepultura fue vandalizada después de la huida de Bashar Asad, el pasado mes de diciembre. Alguien rompió el mármol que cubría el sepulcro y escribió: «Que maldigan tu alma».
Las tumbas que no fueron desventradas por los bombardeos fueron reventadas por los militares rusos -aliados de Bashar Asad-, que establecieron una base en ese mismo lugar a partir de 2018. Los medios israelíes informaron en el pasado que los soldados de Moscú desenterraron decenas de cadáveres buscando los restos de uniformados del Estado judío caídos en la guerra del Líbano y los de Eli Cohen, un famoso espía de Tel Aviv que logró infiltrarse en la élite siria y fue ejecutado -tras ser descubierto- en 1965.
Pero Faes Abdul Moati recuerda que durante el terrible cerco que sufrió el lugar a partir de 2013 y hasta 2018, ni siquiera pudieron enterrar a los muertos en los dos camposantos del enclave. «Usamos los jardines», apunta frente al denominado Parque Palestina. «Yo mismo enterré aquí a una vecina», dice.
Para el palestino de 68 años, las imágenes de Gaza que alimentan las contadas televisiones que se observan en Yarmuk -donde la electricidad o el agua corriente siguen siendo un lujo imposible- parecen un calco de las que atesora su memoria.
Nunca podrá olvidarse de cómo los pocos miles de residentes que se quedaron en este suburbio de Damasco en la última fase del cerco -antes de la guerra vivían en Yarmuk más de 1,2 millones de personas, de ellas 160.000 palestinos- «se desmayaban por la calle», quebrados por la falta de alimentos.
«Aquí, al igual que en Gaza, también disparaban contra la gente que se acercaba al control del régimen para recoger ayuda humanitaria«, asevera.
Como hace el ejército israelí, el régimen, apoyado por paramilitares como los de Jibril, decidió rendir la resistencia local aplicando un brutal bloqueo. En julio de 2013, los uniformados leales a Bashar Asad cerraron por completo el perímetro y, a partir de entonces, no dejaron entrar ningún tipo de asistencia.
«Todos los demás lugares asediados, como Homs o Guta, tenían túneles o maneras de pasar algo de comida. Aquí no. Primero nos comimos los perros y los gatos. Después comíamos hierbas«, explica.
Un clérigo afín a los opositores, Salah al-Khatib, llegó a emitir una fatua (edicto religioso) justificando que se consumieran este tipo de mascotas.
«Yo pesaba 120 kilos y perdí 60», agrega Moati. Todos los palestinos que pasaron por esa experiencia cuentan el peso que perdieron por decenas de kilos. Y todos coinciden con Abu Raed, de 57 años, que es contundente: «Bashar Asad y Benjamin Netanyahu son lo mismo».
Decenas y decenas de personas murieron de hambre. Según Amnistía Internacional, tan sólo entre julio de 2013 y febrero de 2014 se contabilizó el deceso de cerca de 145 personas por esa causa, incluidos numerosos bebés y niños. El sitio quedó inmortalizado por una foto de 2014 que mostraba a una muchedumbre apiñada entre los escombros a la espera de recibir una improbable ayuda humanitaria.
Yarmuk sigue siendo una pura ruina. Una sucesión de estructuras vacías y agujereadas de cemento a las que han regresado unos pocos. Según el Grupo de Acción para los Palestinos en Siria, un 60% de los edificios fueron dañados o totalmente arrasados durante el conflicto. Sólo se salvó el área que controlaba precisamente la milicia de Jibril.
El Comité para el Desarrollo Comunitario de Yarmuk estima que las montañas de cascotes que se suceden a lo largo del área podrían rellenar 40 piscinas olímpicas.
Aquí, los más resilientes -gente como Moati- ocultan los escombros que se acumulan al lado de sus viviendas con telas que hacen las veces de cortinas. Moati sólo ha podido rehabilitar dos habitaciones y una pequeña cocina.
Aunque es pasado, el caso de Yarmuk tiene una enorme significación en el presente, ya que el pasado mes de julio un tribunal alemán abrió un proceso contra cinco palestinos miembros de una facción aliada del régimen de Asad y un ex miembro de los servicios secretos sirios, a los que acusó de utilizar el hambre como arma de guerra, en lo que la experta alemana Rosa Lauterbach calificó de «juicio histórico» al ser un caso único en todo el mundo.
«Este caso brinda a la Fiscalía general alemana la oportunidad de sumarse al impulso generado por los procedimiento que se siguen ante el Tribunal Penal Internacional (TPI), que actualmente está procesando su primer caso de hambruna en Gaza», escribió la propia Lauterbach.
«Las experiencias de Yarmuk revelan alarmantes paralelismos con la actualidad: incluso hoy en Gaza, se destruyen deliberadamente las estructuras de ayuda humanitaria, se cortan las rutas de suministro y la población civil se ve amenazada por la privación de recursos esenciales. Utilizar el hambre como arma, ya sea en Yarmuk o en Gaza, es un crimen de guerra«, le secundó Andreas Schüller, responsable de Crímenes Internacionales en el Centro Europeo de Derechos Humanos y Constitucionales (EECHR, por sus siglas en inglés).
La hambruna que enfrenta Gaza ahora mismo, debido al asfixiante cerco impuesto por el ejército de Israel, ha sido una tragedia repetida en la atribulada historia del pueblo palestino desde que sufrió la primera catástrofe en 1947 y 1948, tras la creación del Estado de Israel.
Las tropas israelíes tan sólo parecen haber copiado las devastadoras tácticas utilizadas por el ejército de Bashar Asad o las que aplicaron las milicias chías de Amal cuando decidieron rendir por hambre a los palestinos que habitaban en campos de Beirut como el de Burj al Barajneh, Sabra o Chatila.
Recordar lo que ocurrió en lo que se denominó «la guerra de los campos», que se desarrolló en el Líbano entre 1985 y 1987, sigue siendo un tabú entre un sector de los palestinos que habitan en Burj al Barajneh. «Con lo que está ocurriendo en Gaza, no es el momento de recordar esa historia», indica un residente de ese lugar.
Pero Nadia Lubani, de 57 años, incide precisamente en que ella y los miles de palestinos que quedaron cercados en Burj al Barajneh durante casi dos años «entienden perfectamente» lo que enfrentan los habitantes de la Franja. «Hemos sufrido esa misma hambre», apunta.
La evocación de Lubani constituye otra enciclopedia del horror. Antes del asedio de Burj al Barajneh, la palestina tuvo que lidiar con trozos de cadáveres, francotiradores, coches bomba y hogueras para ahuyentar las ratas que intentaban morderles mientras vivían entre ruinas. Ella y su familia sobrevivieron a la masacre del campo de Tel Zaatar -que fue arrasado por completo en 1986- y, más tarde, al cerco israelí de Beirut, en 1982.
«Durante el asedio de Burj al Barajneh, les dábamos de comer gatos a los niños. Les decíamos que eran conejos», recuerda. Al igual que en Yarmuk, las hierbas y las ratas también formaron parte de su mermada alimentación.
Decenas de mujeres -76, según Lubani- fueron abatidas por los tiradores de Amal cuando salían corriendo cada mañana del campo, en expediciones suicidas para intentar recolectar algo de comida. Lo apodaron «el pasaje de la muerte».
«Los palestinos siempre hemos sido las víctimas de todos: árabes, judíos… No se puede imaginar lo enfadada que estoy con todo el mundo. Todos esos que acuñaron esos derechos humanos tras la Segunda Guerra Mundial y que ahora han permitido que Israel cometa este genocidio en directo. Y que además disfrute con lo que está haciendo», asegura en su domicilio libanés.
«El mundo se ha sumido en la ley de la jungla. Gaza marca el final de años de transición en ese sentido», sentencia Mohamed Ziara, un joven doctor palestino de Gaza evacuado al Líbano.
Los pocos miles de residentes de Yarmuk que han regresado y se han establecido entre los despojos de cemento que antes fueron viviendas siguen aferrados a la esperanza. El citado Comité para el Desarrollo Comunitario de Yarmuk calcula que han vuelto 28.000 personas, 8.000 de ellas palestinos. «El regreso [a Palestina] es un hecho», reza una de las escasas pintadas que se divisan en el campo. «No hay muros para hacer pintadas. Todo está destruido», comenta Faes Abdul Moati en tono sarcástico.
«Pero algún día volveremos», concluye.
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