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La inmigración es la forma más antigua de futuro: una apuesta por lo que vendrá, y no por lo que se deja atrás. Quienes la reducen a un problema suelen ocultar, en su rechazo, más de sus propias inseguridades que de las realidades que describen. El mensaje se repite una y otra vez desde ciertas instancias: que la inmigración -sobre todo la considerada «no cualificada»- es un mal negocio. Que el Estado del bienestar no puede soportarla. Que debemos mirar hacia modelos más restrictivos.
Para hablar de inmigración desde la perspectiva económica, antes de hacer afirmaciones rotundas -a veces disfrazadas de un dudoso rigor científico- conviene mirar a la evidencia y a los numerosos estudios que han examinado la cuestión. La contribución de la inmigración a la economía es decisiva: según el Banco de España, entre 2022 y 2024 la inmigración contribuyó hasta un 0,7% anual al crecimiento del PIB per cápita. Más datos significativos del caso español: aporta el 84% del crecimiento de la población. Además, supone entre el 40% y el 45% del aumento del empleo. Uno de cada tres inmigrantes en España tiene titulación universitaria. El Consejo Económico y Social señala que buena parte del crecimiento reciente de población activa se debe a la inmigración. Identifica también que los migrantes se insertan en sectores donde hay escasez estructural de trabajadores nacionales. En sectores como los cuidados, la hostelería o la agricultura, su papel es insustituible, aunque no es este su único ámbito sectorial. Además, su acceso a servicios sociales es significativamente menor que el de la población nativa.
Hemos aprendido muchas cosas de excelentes estudios recientes. Por ejemplo, que el análisis del impacto migratorio exige marcos temporales amplios y diferenciación sectorial. Se ha documentado cómo las decisiones sobre fecundidad y educación a escala internacional a lo largo de dos siglos explican trayectorias de crecimiento de largo plazo, y los expertos señalan que anticipar la contribución de una cohorte migrante sin dejar pasar al menos una generación subestima radicalmente su aportación futura. Hay investigaciones también que muestran interesantes paradojas, pero aplicables a contextos muy concretos. Por ejemplo, que incluso países envejecidos como Japón pueden mantener un crecimiento por adulto en edad laboral significativo. Otros se centran en lo que los inmigrantes reciben y aportan al país al que llegan a lo largo de su ciclo vital. En este punto, se proponen casos como el danés, sin matizar que Dinamarca aplica una política migratoria muy distinta, con condiciones sociales, demográficas y fiscales poco comparables a otros países. Se trata de modelos que requieren calibraciones específicas que no capturan bien el papel vital de la inmigración en economías como la española, donde la sostenibilidad de sectores intensivos en servicios -como el turismo o los cuidados- depende críticamente de la aportación migrante. El modelo español no es comparable a Japón: simplemente no tendría suficiente personal para sostener su funcionamiento. Asimismo, si el criterio dominante fuera la contribución neta individual, como se expone para el caso danés, millones de ciudadanos españoles resultarían también aportantes deficitarios.
Según la OCDE (International Migration Outlook), la migración permanente ha sido impulsada por la escasez de mano de obra en muchos países y ha contribuido al crecimiento. El FMI, en su Fiscal Monitor, considera que la inmigración puede aportar efectos fiscales pequeños o moderadamente positivos si se acompaña de adecuada integración. Informes de la Comisión Europea (como Employment and Social Developments in Europe) advierten que los migrantes alcanzan tasas de empleo similares a los nativos cuando los sistemas institucionales lo permiten.
Un análisis serio de la inmigración requiere incorporar datos, escalas temporales largas y marcos comparativos rigurosos. Las categorías de corto plazo no bastan. Y a las atalayas intelectuales, precisamente por su influencia, convine exigir más precaución que contundencia porque, de lo contrario, se convierten en estandartes de mensajes que fomentan el despreciable desprecio por el inmigrante.
Francisco Rodríguez es Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y director del Área Financiera y Digitalización de Funcas.
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