El jurado presidido por Alexander Payne sorprende y relega a la película sobre la niña asesinada en Gaza al segundo puesto con el Gran Premio del Jurado Leer El jurado presidido por Alexander Payne sorprende y relega a la película sobre la niña asesinada en Gaza al segundo puesto con el Gran Premio del Jurado Leer
Bien y mal, que diría el filósofo indeciso. En principio, cuesta hacerse a la idea de que en pleno genocidio a fecha y hora corriente, el Festival de Venecia, con el muy humanista (así se le conoce en los tableros de críticos) director Alexander Payne como presidente del jurado, haya sido incapaz de aceptar lo evidente. Aunque solo sea por, precisamente, humanismo. O solo humanidad. La voz de Hind, de Kaouther Ben Hania, habla de precisamente el genocidio que sufre el pueblo palestino en Gaza ahora mismo. Y lo hace con una claridad, emoción y una contundencia inédita de la mano de un ejercicio de cine claro, emocionante y contundente. Digamos que bastaba con unir los puntos. Pero es potestad de un jurado tan competente como el que ha presidido la Mostra número 82, fallar. Y fallaron. Y de qué manera. Cuidado que el resto de los componentes eran las actrices Fernanda Torres y Zhao Tao, y los directores Maura Delpero, Cristian Mungiu, Mohammad Rasoulof y Stéphane Brizé. Es decir, difícil imaginar un tribunal, sobre el papel, más cualificado. ¿Por qué entonces optaron por ser originales (y algo mezquinos, la verdad? Y llegados a este punto solo valen las especulaciones. Aunque, la verdad, no se nos ocurre ninguna.
Hasta aquí, mal.
Pero, y por otro lado, bien. Bien porque la película de la tunecina Ben Hania sobre la niña de seis años asesinada por el ejercito israelí –la película que quedará para el recuerdo cuando Venecia se hunda– se alzó con el segundo premio en importancia, el Gran Premio del Jurado. Es decir, fue un olvido relativo. Y bien también porque el León de Oro, el que ocupa los titulares, se lo llevó Father Mother Sister Brother; es decir, la que es probablemente la segunda cinta más relevante de un festival plagado de trabajos notables, pero algo lejos del nivel y la excelencia de ediciones recientes. Además, justo es que Jim Jarmusch, una de las figuras capitales del cine independiente estadounidense desde que en 1980 debutara con Permanent Vacation hasta ahora mismo, sea por fin reconocido. Jarmusch goza de un Gran Premio del Jurado en Cannes por Flores rotas en 2005, además de una Palma de Oro por su cortometraje Café y cigarrillos III de 1993, pero le faltaba el reconocimiento de uno de los tres grandes festivales para uno de sus largos. Y hasta necesario es que así sea por una meticulosa, precisa y desproporcionadamente minimalista producción emparentada directamente con obras maestras anteriores del director como Paterson (2016) o la fundacional Extraños en el paraíso (1984).
Con un reparto de los que hay que poner en orden alfabético porque no hay forma de, en efecto, poner orden (Tom Waits, Adam Driver, Mayim Bialik, Charlotte Rampling, Cate Blanchett, Vicky Krieps…), el director cuenta en tres escenas casi quirúrgicas lo que no va más allá de tres conversaciones en familia. Pero, un momento, ¿es posible acaso contar una conversación? Sí, lo es y para eso está Jim Jarmusch que desde sus cortos lleva tiempo contando conversaciones (que no solo mostrándolas) con una parsimonia iluminada completamente ajena a la cafeína, a la nicotina y a cualquier otra sustancia estimulante. Sus personajes hablan entre ellos y mientras lo hacen se cuentan. Se cuentan a sí mismos, cuentan el mundo que les rodea, cuentan la misma posibilidad de contar contándose y, un paso más allá, nos cuentan a nosotros. A distancia de su anterior y discutible trabajo, Los muertos no mueren (2019), el director casi mito recupera su voz intacta y, a poco que se pare uno a escuchar, cae en la cuenta de que se trata de su propia voz, la de todos. Precioso, pese a las contradicciones, León de Oro.
Y hablando de voces, de vuelta a La voz de Hind. Ya se ha dicho y no conviene insistir porque el tiempo se encargará él solo de hacerlo. La de la tunecina Kaouther Ben Hania es toda ella una película que discurre no tanto en la imaginación como en la conciencia del espectador. Todo lo que se ve es la impotencia de un grupo de profesionales que en la sala de emergencia de la Cruz Roja (todo discurre ahí) no pueden evitar que el mundo se derrumbe y una niña de seis años muera al lado de sus dos tíos y sus dos primos después de ser disparados por el ejército israelí 355 veces. Entre la realidad y la ficción, entre la dramaturgia que reconstruye y la vida que se destruye, la directora acierta a componer una obra magna, brutal, dolorosa, inolvidable. Un gran Gran Premio del Jurado.
El resto del palmarés se antoja raro. Y no tanto por lo que olvida, sino por lo que señala de manera tan errática. Que el premio al mejor director haya recaído en el primer trabajo en solitario del menor de los hermanos Safdie se puede llegar a entender, pero mal. The Smashing Machine (con el gigantón Dwayne Johnson en su primer papel, digamos, no tanto serio como no disparatado) no está a la altura de las películas anteriores firmadas por el cineasta en familia. Good time y Diamantes en bruto se antojan más logradas, más eléctricas, más scorsesianas. El problema de esta nueva y peculiar versión de Toro salvaje es la indefinición de un guion que no tiene claro ni lo que quiere contar ni a quién. Bien es cierto que las escenas de lucha lucen la energía y tensión suficiente como para provocar un apagón. Quizá por eso.
Y algo parecido cabría decir del Premio Especial del Jurado, que fue a parar al documental Sotto le nuvole (Bajo las nubes), de Gianfranco Rosi, y hasta del galardón guion que se lo llevaron Valérie Donzelli y Gilles Marchand por À pied d’oeuvre (En el trabajo), dirigida por la primera de las citadas. En el primer caso, el realizador de obras mayores como Sacro Gra (2013) y Fuego en el mar (2016) firma ahora un trabajo tan impecable visualmente como desestructurado. Las historias que recorren la película hasta componer un retrato empañado por las fumarolas del Vesubio de Nápoles se antojan tan hipnóticas como desconectadas entre sí y sin alcanzar ese aliento de metáfora o símbolo que buscan con desesperación. Es bello sí, pero de una belleza impostada demasiado consciente de sí. Pero tampoco conviene discutir más de la cuenta. El caso del trabajo de Donzelli no va a la zaga. Tanto el derroche contenido de su protagonista (Bastien Bouillon) como, apurando, la propia puesta en escena, son superiores a un libreto de un condescendiente que abruma. Cosas que pasan.
En lo que a los intérpretes se refiere, a las respectivas copas Volpi, ni un pero. Tanto Toni Servillo en La Grazia, de Paolo Sorrentino, como Xin Zhilei en The Sun rises on usall (El sol sale para todos), de Cai Shangjun, literalmente se rompen en la pantalla. Servillo, además fuma como nadie.
Así las cosas, La voz de Hind primero y Jim Jarmusch, todo él, después. Que no al revés, aunque lo diga un león de oro.
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León de Oro.Father Mother Sister Brother, de Jim Jarmusch.
Gran Premio del Jurado.La voz de Hind, de Kaouther Ben Hania.
Dirección. Bennie Safdie por The Smashing Machine.
Premio Especial del Jurado. Gianfranco Rosi por Sotto le nuvole.
Guion. Valérie Donzelli y Gilles Marchand por À pied d’oeuvre, de Valérie Donzelli.
Actriz. Xin Zhilei por The Sun Rises On Us All, de Cai Shangjun.
Actor. Toni Servillo por La Grazia, de Paolo Sorrentino.
Premio Marcello Mastroiani a intérprete revelación. Luna Wedler por Silent Friend, de Ildikó Enyedi.
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