Las claves de la ratificación, tras 25 años, de un acuerdo que se enfrenta aún a la oposición de países como Francia y Polonia Leer Las claves de la ratificación, tras 25 años, de un acuerdo que se enfrenta aún a la oposición de países como Francia y Polonia Leer
No hay recuerdo de un acuerdo comercial de envergadura comparable que haya requerido de una negociación tan larga. Fue necesario que Moscú y Washington se salieran de sus carriles -uno invadiendo un país europeo; el otro enfrentándose a Europa- para que Alemania, la mayor economía de los 27, impulsara con decisión el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. España está en la misma línea que Berlín, a diferencia de la muy reticentes Francia, Italia y Polonia. No será la asociación estratégica y política con que se soñó en su momento, pero sí un acuerdo comercial que va en el camino exactamente opuesto a la «guerra de los aranceles» lanzada por Donald Trump.
El Mercado Común del Sur (Mercosur) fue creado en 1991 como una unión aduanera imperfecta que aspiraba a coordinar políticas económicas y comerciales, además de la libre circulación de bienes, servicios y personas entre los países miembros, a través de la eliminación de ciertos derechos aduaneros y restricciones no arancelarias.
Liderado por las dos mayores economías de la región, Brasil y Argentina, suma desde sus inicios a Uruguay y Paraguay, y está en un largo proceso para incorporar en forma inminente a Bolivia como miembro pleno, así como en un futuro a Panamá. El arancel externo común es la base del Mercosur, junto con la regla de que todas las decisiones se toman por consenso y que sus miembros no pueden negociar acuerdos de integración económica en forma individual.
Si se atiende a las críticas lanzadas por el entonces presidente uruguayo Luios Lacalle Pou y a las recientes, en la misma línea, del argentino Javier Milei, la respuesta es que no. Lacalle Pou hablaba del Mercosur como un «corsé» que impedía a su país aprovechar oportunidades, y Milei amenazó con tomar su propio camino si el acuerdo no se flexibiliza y liberaliza. Sin embargo, ninguno sacó los pies del plato, en buena parte por la posibilidad de un gran acuerdo con la UE.
Muchos observadores señalan que, 34 años después de su creación, el Mercosur está en deuda. «El formato de unión aduanera queda muy perforado, por lo que no tiene sentido, hay que buscar otras opciones», cree Diego Hernández, coordinador del Observatorio de Política Exterior Uruguaya. Si a nivel económico son aún muchas las trabas para una verdadera integración, a nivel de infraestructuras físicas es mucho también lo que queda por recorrer: aeropuertos, puertos y pasos migratorios reflejan una integración que funciona más en las palabras que en los hechos. A nivel político, el bloque no tiene una posición común ante el mundo: pocas políticas exteriores y visiones del mundo más divergentes que las de Milei y Luiz Inácio Lula da Silva. Lo mismo sucede con sus políticas económicas, con una fuerte presencia del Estado en la brasileña y un retiro acelerado en la argentina.
Sí. La demanda de soja por parte de China ha crecido exponencialmente en las últimas dos décadas, y eso beneficia a Brasil y Argentina, dos de los principales productores mundiales de esa oleaginosa, y también a Paraguay, con creciente presencia en ese mercado. Pero, a la vez, China ha ocupado el lugar de principal proveedor de importaciones industriales en desmedro de Estados Unidos, Europa y del intercambio bilateral de ese tipo de productos entre Argentina y Brasil, que en los inicios del acuerdo era el motor del bloque. El poder de China, además, va más allá del hecho de ser la gran compradora de materias primas: hace menos de un año inauguró en Perú un megapuerto, el de Chancay, que es su gran base logística para intensificar su presencia e influencia en la región. Lo que Europa perdió en estas décadas en la región lo ganó China con creces.
Además de los Estados parte, Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú y Surinam son naciones asociadas, así como Panamá en Centroamérica. Los Estados asociados son miembros con los que el Mercosur suscribe acuerdos comerciales y que están autorizados a participar en las reuniones del Mercosur que traten temas de interés común. En la práctica, es poco lo que sucede entre el Mercosur y sus miembros asociados. Chile, por ejemplo, privilegia a sus socios del Pacífico. Venezuela fue también miembro asociado del Mercosur, pero se la suspendió en 2017 por no cumplir con la cláusula democrática que obliga a todos sus miembros.
Lo resume con agudeza Ulrich Sante, hasta hace dos años embajador de Alemania en Argentina. El acuerdo llega «en un momento en el que la UE nunca ha parecido tan ineficaz e impotente como hoy, ante los cambios de poder mundiales entre las grandes potencias». Sante, que trabajó mucho para convencer al Gobierno de Berlín de las ventajas de asociarse con «la región más afín a Europa que pueda encontrarse en el mundo», ve ventajas más allá de lo comercial. El acuerdo, dice, «volvería a demostrar al mundo que, en tiempos de creciente ilegalidad internacional y predisposición a la violencia, incluso de crueldad por parte de las grandes potencias, y a pesar de las múltiples reservas y resistencias individuales, sigue existiendo un núcleo impresionante de países y pueblos dispuestos a dar otra oportunidad al derecho y la libertad y a la idea de una distribución más justa de la prosperidad entre los continentes».
A efectos prácticos, el acuerdo le abre a Europa un mercado de 296 millones de habitantes en momentos en los que la inversión española en algunos países y sectores mostraba ya signos de fatiga. La protección de la propiedad intelectual y de las denominaciones de origen, así como posturas comunes en el tema del cambio climático también son beneficios del acuerdo. Todo, en el contexto de un mercado integrado de 760 millones de personas.
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