Los comicios para legisladores provinciales y concejales municipales de este domingo llega en el peor momento del Gobierno argentino Leer Los comicios para legisladores provinciales y concejales municipales de este domingo llega en el peor momento del Gobierno argentino Leer
Nunca antes unas elecciones provinciales habían generado semejante interés y dramatismo en la cima del poder en Argentina. La elección para legisladores provinciales y concejales municipales de hoy en la provincia de Buenos Aires llega en el peor momento del Gobierno de Javier Milei, que sueña con una victoria que le permita relanzarse y calmar la rebelión opositora y la creciente desconfianza de los mercados financieros.
La otra opción, la de una derrota a manos del peronismo, sería un serio problema para el Gobierno libertario, que se convertiría en víctima de su propia profecía autocumplida, pero en el sentido opuesto al deseado: si para garantizar el despegue económico de Argentina hay que cumplir con el objetivo de «kirchnerismo nunca más», ¿una victoria peronista anticipa el hundimiento de la economía?
Los argentinos tienen otra gran cita el 26 de octubre, cuando se remueve la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Lo normal hubiera sido que Buenos Aires, la provincia casi eternamente gobernada por el peronismo y que concentra casi el 40% de la población del país, votara en esa misma fecha. Pero el gobernador, Axel Kicillof, decidió «desdoblar» las fechas para dar un golpe de autoridad ante Cristina Kirchner, de la que está distanciado. Si la jugada le sale bien, Kicillof se perfilará como un probable candidato presidencial del peronismo. Una suerte de «renovación», aunque Kicillof gobierne Buenos Aires desde hace seis años y haya sido un muy cuestionado ministro de Economía de Kirchner.
Hay algo, sin embargo, en lo que fracasó Kicillof, la idea de provincializar la campaña, de que los temas y problemas de la provincia estuvieran en el centro del debate. La campaña fue netamente nacional. Desde el Gobierno de Milei se promocionó ese «nunca más» dirigido al peronismo y escrito con la misma tipografía de la portada de un libro Nunca más, que a mediados de los 80 reveló todo lo sucedido durante el terrorismo de Estado de la última dictadura militar (1976-1983) y puso números a la cantidad de desaparecidos. Provocación del mileísmo, desde siempre ajeno a la causa de los derechos humanos.
Y desde el peronismo se puso el acento en la economía, que más allá de la baja de la inflación da síntomas de crisis seria, y en los escándalos de corrupción del Gobierno, con la hermana del presidente, Karina Milei, como eje. Durante un año y medio, Milei gobernó a fuerza de decretos y vetos a las leyes del Parlamento, además de con el muy generoso apoyo de buena parte de la oposición, pese a los insultos que recibía día sí y día también del presidente.
Eso se acabó, la situación cambió radicalmente, en gran medida por los tiros en el pie de un Ejecutivo inexperto y con arrebatos de mesianismo. El todo o nada que pretendió muchas veces Cristina Kirchner creció a niveles impensables e insostenibles con Milei: así, el presidente se encuentra hoy con una trama de espías que filtra audios de conversaciones en la cima del poder, con su hermana señalada por el presunto 3% que cobra de comisiones, con el Parlamento rebelado, imponiéndole leyes y derribándole vetos, y con la economía en tensión, lo que se refleja en el crecimiento incesante del riesgo del país.
Milei dejó de dar miedo. En el Senado se ridiculizó esta semana a su hermana, (aún) la mujer más poderosa del país, con una senadora entonando un cántico burlón y ofensivo. «Karina es alta coimera», decía la senadora: traducido del argot argentino, «Karina es una especialista en cobrar comisiones».
Y un reconocido periodista que es a la vez médico, Nelson Castro, repite ahora con Milei lo lo que ya dijo de Cristina Kirchner cuando era presidenta. Aseguró que la líder peronista estaba aquejada del «síndrome de Hubris», un trastorno del ego. Ahora, Castro dice que Milei tiene «un problema psíquico importante», que a su hermana lo une una «relación patológica» y que su agresividad e intolerancia impactan en la gestión del país.
Ese miedo que Milei ya no da se refleja también en la violencia de la campaña, con lanzamientos de piedras contra el presidente y su comitiva. El kirchnerismo hizo una suerte de justificación de las pedradas, rechazadas por el resto de la oposición, pero el ambiente es el más pesado y desagradable desde que el peronismo quemara, en las elecciones de 1983 que consagraron a Raúl Alfonsín, un ataúd con la sigla de la UCR, la socialdemócrata Unión Cívica Radical.
Días atrás, un ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires dejó una frase redonda: «En la Argentina la casualidad tiene rigor científico». La afirmación es aplicable para las encuestas, que han fallado en las últimas citas electorales. Si se atiende al clima político y a esas encuestas, el peronismo está en ventaja en Buenos Aires, pero nadie firma eso.
¿Les importa a los argentinos realmente la corrupción? La experiencia del Gobierno de Carlos Menem en los 90 indica que no. El voto, como en tantos otros sitios, es con el bolsillo. Y ahí, Milei tiene ventaja, porque para muchísimos argentinos es incomparable la sensación de ir al almacén y encontrarse con que lo que compran cuesta lo mismo que la semana pasada y que dos, tres o cuatro meses atrás. Aunque los precios estén por las nubes y llegar a fin de mes sea una odisea.
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