A diferencia de Vito Corleone, Vladimir Putin hace ofertas que nadie puede aceptar: es su estrategia para que la negociación de paz fracase y la invasión siga su curso Leer A diferencia de Vito Corleone, Vladimir Putin hace ofertas que nadie puede aceptar: es su estrategia para que la negociación de paz fracase y la invasión siga su curso Leer
Tanto Vito Corleone como Vladimir Putin ejercen su poder a través de una mezcla de miedo, respeto y lealtad. Igual que los Corleone, el régimen de Putin destaca por generar una riqueza cuyo calibre no viene definido por su tamaño, sino porque no hay necesidad de obtenerla según las normas ni de repartirla, pero que tiene que ser reinvertida en fuerza coercitiva para evitar redistribuciones en el futuro. Por eso los rusos son pobres y viven menos, pero el Estado ruso es rico y los gobernantes duran mucho más. Pero mientras que la frase más conocida de la saga de Coppola se refiere a hacer «una oferta que no pudo rechazar», en el manual de Putin para negociar con Ucrania la jugada es la contraria: hacerles una oferta que no pueden aceptar: exigir que se vaya Volodimir Zelenski; si no se va, exigir que entreguen el Donbás, que provocaría la caída de Zelenski; y, si no lo entregan, exigir una silla para Moscú en las garantías de seguridad, que impedirían proteger el Donbás.
Pedir lo que no te pueden dar, y seguir luchando. No podía ser de otra manera: es público que Putin considera a Zelenski un líder ilegítimo, cree que su Gobierno es nazi, concibe a Ucrania como un país artificial y ve a los aliados europeos de Kiev como pusilánimes. El zar antifascista ruso y el bufón nazi ucraniano no serán vistos haciendo negocios de igual a igual salvo en esa mente de millonario disperso de Donald Trump. Pero Putin, a la vez, es consciente de que Europa rechaza las guerras de conquista y ocupación y -lo más importante- que Trump (que puede hacer realidad sus sueños de un Occidente abandonando a Ucrania) aspira a un final negociado de una guerra que le cansa y no entiende.
Putin quiere una capitulación. Trump quiere una negociación. Así que Putin está dispuesto a darle conversaciones mientras persigue pacientemente la capitulación ucraniana.
La razón más inmediata para no acordar un final del conflicto es que, si Putin creía el año pasado que podía ganar una guerra estancada con Joe Biden apoyando a Ucrania, ahora tiene muchas más razones para pensar que es posible con un Trump en retirada, iracundo con Zelenski y poco comprometido con los aliados europeos.
Aunque la teoría de la victoria de Rusia siempre ha sido deficiente -la operación militar especial no fue rápida, la OTAN creció en lugar de retroceder y Ucrania tiene ahora más armas que antes-, el cisne negro del trumpismo es un regalo en la misión sagrada de Moscovia en Ucrania.
Pero la razón de fondo -digan lo que digan- por la que en Moscú descarten un final dialogado es que el nacionalismo ruso (que en el otoño del putinismo tiene al presidente como máximo exponente) cree tener razones para confiar en la victoria militar y desconfiar de una paz negociada. Así lo han explicado Andrei Soldatov e Irina Borogan, autores del reciente ensayo Our Dear Friends in Moscow, en varios trabajos. Las capitulaciones de los enemigos (con el consiguiente reparto en cumbres como Yalta) han sido buenas para Moscú, mientras que los acuerdos con Occidente en favor de la paz (como la salida de los bolcheviques de la Primera Guerra Mundial o la finalización de la Guerra Fría con los acuerdos forjados por Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin) han conducido a caídas del régimen y reveses geopolíticos.
Putin cree que Occidente nunca cumple lo acordado con Moscú (por eso Adolf Hitler vulneró el pacto Molotov-Ribbentrop con la Operación Barbarroja; y por eso, en su óptica, se expandió la OTAN a pesar de lo prometido por James Baker) y, sin embargo, sí respeta lo conquistado (por eso Europa Central vivió bajo dictaduras satélites de Moscú durante casi medio siglo).
En Moscú sienten que la negociación es una trampa occidental, pero que la victoria rusa es inevitable. Hacia afuera, proyectan el mensaje opuesto: la negociación es inevitable, y la guerra es una trampa occidental. ¿Para qué? Según Soldatov y Borogan, para cuidar a la audiencia. El espectador más importante es Donald Trump, que mientras cree en sus posibilidades de lograr el Nobel de la Paz -aunque sea con una Pax Rusa– cumple su función de abandonar progresivamente a Ucrania. El auditorio menor son los más de 140 millones de rusos, que están cansados de la guerra y aman a su nación: la morfina estatal les hace pensar que el final de la guerra está cerca y que, al fin y al cabo, no fue del todo culpa de su país.
Entre medias hay auditorios que se prestan al oportunismo: el europeo, colocado en la disyuntiva de pagar un precio alto por un rearme en serio o seguir el signo de los tiempos ante el nuevo consenso ruso-estadounidense que apunta que esto se acaba. Si la paz está cerca y la guerra fue culpa de todos, es todavía más difícil que podamos tomar una decisión militar respecto al avance ruso en Ucrania.
El manual de Putin arranca con exigencias máximas sin flexibilidad: negarlas es no querer negociar. Pedir todo, incluso aquello a lo que nunca has tenido, aunque se lo tomen mal. En el otro lado de la mesa, Trump encarna la tendencia de Occidente a ceder demasiado rápido para evitar la confrontación. Son interminables los puntos en los que el magnate pareció ceder públicamente ante Putin ya antes de la cumbre de Alaska: Rusia conservaría la mayor parte del territorio ucraniano que conquistó; lograría el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia; Ucrania no se uniría a la OTAN; se levantarían las sanciones a Rusia y se reanudaría el comercio aunque aún ocupe territorio ucraniano; y encima Estados Unidos no aportaría tropas. «En todos los puntos excepto el primero, Estados Unidos y Rusia pueden llegar a un acuerdo por su cuenta sin la participación de Ucrania ni de la UE, y Kiev se vería entonces ante la disyuntiva de aceptar ese primer punto [cesiones territoriales] a cambio de un alto el fuego, pues en caso de rechazarlo podría perder el apoyo estadounidense», señala Serhiy Kudelia, autor de Seize the City, Undo the State, un libro que desentraña el inicio de la guerra de Rusia contra Ucrania.
Putin, en cambio, no cede en nada. Por eso Alexander Dugin, el ideólogo del fascismo ruso, quedó extasiado con la cumbre de Alaska. Calificó los resultados de grandiosos, afirmando que «sólo Alejandro III podía ganarlo todo y no perder nada».
El siguiente punto del manual es acordar objetivos («la paz es necesaria»), pero sin presentar propuestas sensatas para alcanzarlos. «Pura distracción que malgasta tiempo mientras se mantiene el statu quo«, apunta Janis Berzins, investigador de la Academia Nacional de Defensa de Letonia. Moscú puede llegar a aceptar medidas graduales que simulan progresos. El pensamiento mágico de Trump es un chollo en este sentido. «Putin no estaba nada contento de venir a Estados Unidos. Fue una gran concesión por su parte y se lo agradezco mucho», acaba de decir el presidente estadounidense tras la cumbre de Alaska. La Casa Blanca ha sacado al apestado Vladimir de su aislamiento occidental y, aún así, el Kremlin ha logrado que el pobre Donald lo venda como una concesión. Punto de set para Putin, que en su manual consagra los «encuentros perpetuos» y el «teatro de legitimidad». «Utilizar las negociaciones como escaparate para legitimar el régimen nacional y, al mismo tiempo, mejorar la imagen internacional», apunta Berzins.
Para Moscú, cada concesión parcial que recibe demuestra que las exigencias plenas son alcanzables. Se trata de mantener la «resistencia estratégica» y una «psicología de la presión», formuladas por Berzins en su artículo Putin’s Negotiation Theater. Las prisas de Trump y la fatiga entre los ucranianos completarían este trabajo. Y, por último, en todo momento Moscú debe mantener una «ambigüedad estratégica»: por eso no sabemos si es inevitable o imposible que Putin se reúna con Zelenski.
Hay una escena en la que los Corleone negocian con otra familia entrar en el negocio ilegal de narcóticos. El Padrino se opone, pero su hijo Sonny interviene matizando la postura del viejo. Corleone, furioso, le dice después a su vástago que nunca más vuelva a contradecirlo en público. Para el mundo exterior, han de ser una familia con una sola postura.
En Rusia el no diálogo tiene una base práctica hacia adentro. Putin no ha borrado la idea de democracia porque quiera emprender un imperio, sino que ha emprendido la recuperación del imperio porque es la vía para proscribir la idea de democracia en Rusia. El zar no puede ofrecer políticas nuevas, ni políticos nuevos, ni ideas nuevas. No es capaz de generar un sucesor. Pero es capaz de ofrecer fronteras nuevas, un estatus nuevo en el mundo. Los rusos no aumentarán sus posibilidades; pero el país en el que están contenidos, sí.
Ante una Europa postrada y un Estados Unidos instalado en la ficción política, Rusia sigue gestionando su negociación imposible. Cuando Zelenski se abrió a tratar sobre un alto el fuego, Moscú convenció a Trump de olvidarlo y pujar por un acuerdo definitivo. Sabedor de que Zelenski no puede entregar sus fortificaciones del Donbás porque abrirían la puerta a invasiones más profundas, Putin fingió poner en un segundo plano sus aspiraciones en Jerson y Zaporiyia a cambio de exigir precisamente eso: todo Donetsk. Los líderes europeos apoyaron a Zelenski y arrancaron de Trump el compromiso de unas etéreas garantías de seguridad, pero de nuevo el agresor las convirtió en imposibles insistiendo en formar parte de las mismas.
A diferencia de una negociación empresarial, aquí no se trata de convencer al otro de que su contrapartida también es jugosa, sino de lanzarle justo lo que no puede aceptar, desesperando a sus socios proyectando que en el futuro todo será peor.
El plan de Putin es pujar por un acuerdo que no sea aceptable para todo el bloque que tiene frente a él. Si Putin logra un trato con Washington -que hasta 2025 ha sido el gran valedor de Kiev- la presión será enorme sobre Zelenski. Si Zelenski cede, como líder afrontará problemas en casa. Y si no acepta perderá el apoyo de Estados Unidos. Si no hay acuerdo de Rusia con Estados Unidos, Trump podría abandonar las negociaciones, dejando a Europa con el problema. En ese escenario, la UE será el próximo objetivo de este padrino de Leningrado, que mientras mata a los ucranianos y desespera a los europeos sigue el mismo consejo del siciliano universal: «Nunca digas lo que piensas a alguien de fuera de la familia».
Internacional // elmundo