En 1993 el cantante brasileño Roberto Carlos entonaba aquello de “yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar”. Ese mismo año, en la fría y lejana Inglaterra, un antropólogo y primatólogo de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, pregonaba lo imposible de aquella empresa. Los humanos no podemos tener más de 150 relaciones significativas a la vez, decía. La canción fue un éxito y la teoría de los 150 amigos también, tanto que se empezó a conocer popularmente como el “número Dunbar”.
El investigador inglés defiende la vigencia de su teoría más famosa 30 años después de formularla. A pesar de las redes sociales, los humanos podemos tener un máximo de 150 amistades
En 1993 el cantante brasileño Roberto Carlos entonaba aquello de “yo quiero tener un millón de amigos, y así más fuerte poder cantar”. Ese mismo año, en la fría y lejana Inglaterra, un antropólogo y primatólogo de la Universidad de Oxford, Robin Dunbar, pregonaba lo imposible de aquella empresa. Los humanos no podemos tener más de 150 relaciones significativas a la vez, decía. La canción fue un éxito y la teoría de los 150 amigos también, tanto que se empezó a conocer popularmente como el “número Dunbar”.
Han pasado más de 30 años desde entonces y muchas cosas han cambiado. En Brasil no es Roberto Carlos, sino Anitta la artista más internacional, y no canta himnos a la amistad, sino temazos bailables como I’d rather have sex. Las redes sociales nos hicieron creer que podíamos tener miles de amigos, después cambiaron el concepto de amigo por el de seguidor. El mundo empezó a moverse más rápido, la gente a tener menos tiempo. Se popularizó la teoría de la modernidad líquida, que habla de un mundo provisional y ansioso de novedades en el que instituciones inamovibles, como el trabajo, el amor o la amistad, se convierten en transitorias. Estalló una pandemia que nos obligó a encerrarnos en casa y a valorar la importancia de las conexiones humanas. En Estados Unidos se empezó a hablar de una “recesión de la amistad”, un fenómeno que especialmente agudo entre los hombres. Según una encuesta de Gallup y del Survey Center on American Life, el porcentaje de hombres que asegura tener un mínimo de seis amigos cercanos se ha reducido a la mitad entre 1990 y 2022. Uno de cada cinco solteros dice no tener amigos cercanos. En este contexto, ¿sigue vigente el número Dunbar?
Robin Dunbar (Liverpool, 77 años) es parte interesada, pero se muestra convencido de que así es en una conversación por videollamada. “El problema no está en la memoria, en el tiempo o en la tecnología, sino en la capacidad de gestionar las relaciones y eso no ha cambiado”, explica el antropólogo. Hay quien le lleva la contraria. Un reciente estudio publicado en la revista científica Biology Letters, refutaba esta idea asegurando que el número podría ser mucho más alto. Es una de las pocas críticas (argumentadas científicamente) que ha recibido el número de Dunbar en estas tres décadas, aunque el autor puesto en entredicho niega la mayor y califica este nuevo estudio de “descabellado”.
A Dunbar se le ocurrió su número homónimo casi por accidente. Él intentaba averiguar por qué los primates dedican tanto tiempo y esfuerzo a acicalarse entre ellos. Fue entonces cuando empezó a familiarizarse con la hipótesis del cerebro social, que sostiene que algunos simios tienen cerebros grandes porque viven en sociedades socialmente complejas. Que los grupos son más o menos grandes en relación directa con el tamaño de un área del cerebro llamada neocórtex. El volumen del neocórtex humano le permitió extrapolar que estamos programados para movernos en grupos de 150 individuos.
No hay red social capaz de cambiar estos números, argumenta Dunbar. “De hecho, lo curioso es que en estos lugares virtuales replicamos lo que llevamos haciendo toda la vida en las relaciones cara a cara”, explica. En un estudio del 2016, Dunbar y un equipo de antropólogos entraron en las tripas de las redes sociales para comprobarlo. “Y vimos que hay las mismas capas, las mismas frecuencias de contacto que cuando hablamos de relaciones cara a cara”, señala el experto. “Aunque, bien pensado, esto puede ser más inquietante, porque ves que estas tecnologías están sustituyendo a los contactos físicos”.
Porque las redes sociales se han revelado como una herramienta muy útil para analizar de forma objetiva cómo nos relacionamos. Todos los estudios sobre amistad del pasado se realizaban con cuestionarios y eso introduce ciertos sesgos e interferencias. Pero en los últimos años, nuestro móvil ha dejado un rastro objetivo de cómo, cuánto y con quién nos relacionamos. Ha radiografiado nuestras amistades. En 2019, Dunbar participó en otro estudio en el que se analizaron cerca de 30 millones de llamadas ente 2,5 millones de usuarios. Los resultados constataron una preferencia por elegir amistades de la misma edad y el mismo género. “Tendemos a buscar amigos que sean como nosotros”, explica. Y esto va desde los rasgos biológicos hasta los identitarios, pues “preferimos a las personas que tienen la misma visión del mundo, el mismo gusto musical, el mismo sentido del humor”.
Dunbar entiende la amistad como una cebolla y por eso divide nuestros grupos de amigos en capas. En el núcleo, encontramos un círculo íntimo de cinco personas: aquellas a las que acudiríamos en momentos de crisis existencial. “A veces son personas de la familia, pueden ser amigos íntimos o tu pareja”, explica. Este círculo se mantiene relativamente estable a lo largo de la vida, con cambios que ocurren aproximadamente cada diez años. Si tienes un mejor amigo y se va a vivir fuera, o rompes con tu pareja, de repente te queda un hueco. “Y de alguna forma, con el paso del tiempo, rellenas ese hueco, normalmente con una persona de la capa inmediatamente posterior”, explica. Esta sería una capa de 10 personas con las que compartimos la mayor parte de nuestras actividades sociales: salidas al teatro, cenas o excursiones a la montaña. La siguiente capa, con 50 personas, “representa nuestro grupo de fin de semana: aquellos a quienes invitaríamos a una barbacoa o una gran fiesta”, señala. Y finalmente, llegamos a la capa de 150 personas: la red social completa, “aquellos a quienes podríamos invitar a una fiesta multitudinaria o a quienes saludaríamos sin dudarlo en un aeropuerto a altas horas de la madrugada”.
Dunbar enfatiza que mantener estas conexiones requiere tiempo y esfuerzo: “Tienes que mantener el contacto con regularidad, al menos una vez a la semana”, subraya. De lo contrario, las relaciones se debilitan y las personas se desplazan a capas más externas, hasta eventualmente desaparecer de nuestro círculo. Por eso explica que si intentas ampliar tu red para adquirir nuevos amigos perderás, inevitablemente, a algunos viejos. No se pueden tener infinitos amigos porque tus recursos de tiempo y capacidad son limitados.
Todas estas ideas han sido reflejadas en un libro, Amigos: el poder de nuestras relaciones más importantes (2023, Paidós), en el que analiza cómo nos relacionamos y cómo estas relaciones nos cambian. Por ejemplo, el libro explica que la calidad de nuestra red de amigos afecta a nuestra salud. “Junto a dejar de fumar, lo mejor que podemos hacer para aumentar nuestra esperanza de vida es tener una buena red de amigos”, resume el experto. También señala que el período de nuestras vidas en que más amigos tenemos es la primera juventud. “Quizá porque coincide con el primer trabajo o con los años universitarios”, aventura el experto. En cualquier caso, el cenit de la amistad lo alcanzamos a los 25 años. Así lo determinó un estudio de 2016, realizado por científicos de la Universidad de Aalto (y en el que también participó el propio Dunbar). Después de esa edad, el círculo de amistades se empieza a reducir, la cebolla va perdiendo sus capas exteriores para replegarse en aquellas internas. Dunbar tiene 70 años, pero prefiere no ponerse a sí mismo como ejemplo en este caso y rechaza amablemente responder a la pregunta de cuántos amigos tiene. “Intento no hacerme ese tipo de preguntas”, dice. “No es bueno desde el punto de vista personal ni desde el punto de vista científico”.
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