Su padre, que falleció en 1991 arrollado por un vehículo cuando lo buscaba, pensó que lo había captado una secta. La Policía argentina archivó el caso pensando que era una «fuga del hogar» Leer Su padre, que falleció en 1991 arrollado por un vehículo cuando lo buscaba, pensó que lo había captado una secta. La Policía argentina archivó el caso pensando que era una «fuga del hogar» Leer España // elmundo
-911, ¿cuál es su emergencia?
-Hola, buen día. Te quería hacer una pregunta: ¿qué se hace cuando una persona está excavando y encuentra huesos humanos?
La llamada, realizada a Emergencias por un vecino de Buenos Aires el 20 de mayo pasado, dio inicio a uno de los casos que más impacto y eco mediático ha tenido en los últimos tiempos en Argentina. «Vivo al lado de una obra y veo que están sacando restos humanos», advertía el hombre a la operadora del 911. «Te digo esto porque, por lo que veo, van a agarrar todo, lo van a meter en una bolsa y lo van a tirar. Quizás eso [los huesos] lo más probable es que tengan 60 años metidos ahí, o 40», añadía temiendo que los albañiles se deshicieran de lo hallado.
Se dio otra circunstancia crucial para que los huesos no sólo no acabaran en el vertedero sino que se resolviera a quién pertenecía. Los obreros se toparon con ellos cuando excavaban en la avenida del Congreso 3746 -en el barrio bonaerense de Coghlan-, donde iba a construir un edificio de diez plantas. Que en la dirección hubiera vivido antes el músico Gustavo Cerati, vocalista ya fallecido del grupo de rock Soda Stereo, hizo que los medios de comunicación se hicieran eco del descubrimiento, aunque los huesos en realidad se habían encontrado en el terreno de los vecinos, en el 3724. Habían aflorado al cavar en el límite entre ambas propiedades.
La autopsia determinó que pertenecían a un joven de entre 16 y 19 años, de 1,72 de estatura, quien había fallecido al ser herido con un objeto punzante a la altura de la cuarta costilla derecha. Presentaba otras marcas en los huesos que los forenses interpretaron como intentos de desmembrar el cuerpo. En la fosa se encontraron además una serie de objetos que situaban el deceso en los años 80-90: un reloj Casio con calculadora y de 1982, un llavero naranja con una llave, un corbatín de colegio de color azul , una moneda de cinco yenes, la suela de un zapato de la talla 41, informaba la prensa. Se cotejó el ADN con el de adolescentes que hubieran desaparecido 30-40 años atrás sin resultado.
Un sobrino de Diego Fernández Lima, a quien se le había perdido el rastro en 1984 cuando sólo tenía 16 años de edad, leyó los detalles del caso en la prensa y le cuadraron con los de su familiar, quien no estaba incluido en los registros de desaparecidos porque en su momento la Policía decidió archivar el caso bajo el membrete de «fuga del hogar». «¿Y si aquellos huesos eran los de su tío Diego?», pensó.
Lo siguiente fue ponerse en contacto con las autoridades, a las que les cuadró la teoría. Un funcionario acudió a la casa de la anciana Irma Lima para tomarle una muestra de sangre y cotejar su ADN con el de los huesos hallados. El 21 de julio pasado se conocieron los resultados: con un 99,99% de probabilidad los misteriosos restos pertenecían al hijo que la mujer, de 87 años, llevaba 41 años buscando.
Al saberse que se trataba del cuerpo de Diego Fernández Lima cobró especial trascendencia la identidad de los dueños de la parcela donde lo habían enterrado tras matarlo. Allí vivía Cristian Graf, de 58 años, quien había sido compañero de clase de Diego. Los Graf se convirtieron inevitablemente en los principales sospechosos de su muerte.
Lo último que dijo Diego Fernández Lima antes de salir de su casa para nunca más volver es que iba a ver a un amigo del que no dio más datos. Era 26 de julio de 1984, sobre las 14.00 horas. Le pidió a su madre dinero para el autobús y le dijo que regresaría para la hora de la cena. Un conocido del barrio aseguraría después a los padres que, aquel día, yendo él en autobús, vio a Diego caminando a unas cinco manzanas de la casa de los Graf. ¿Era Cristian el amigo al que iba a ver?
Los reporteros de la Revista Anfibio, quienes han visitado estos días a Irma Lima en su casa -la misma en la que vivían cuando Diego desapareció-, contaban que, cuatro décadas después, la mujer aún conservaba el cuarto del adolescente tal y como él lo dejó, por si en algún momento regresaba. Y que no había querido nunca cambiar de número de teléfono por lo mismo: por si su hijo llamaba.
Puesto que policialmente la desaparición se consideró una fuga, fue la familia que emprendió en solitario la búsqueda. Distribuyeron carteles por el barrio, recorrieron hospitales y morgues, revisaron los cadáveres no identificados que conservaban en los cementerios y siguieron, hasta otras provincias incluso, cualquier pistas que les llegaba. Como que había sido captado por una secta. El padre, Juan Benigno Fernández, lo buscó sin descanso hasta que el 10 de diciembre de 1991, con 58 años de edad, un vehículo lo atropelló cuando circulaba en bicicleta Buenos Aires siguiendo otro rastro.
Así lo ha contado Javier Fernández Lima, quien tenía 10 años cuando su hermano Diego desapareció y quien ha tomado las riendas de las acciones de la familia ahora. Hace tres días, el juez que lleva el caso lo aceptó como querellante en la causa en la que se investiga al compañero de clase, Cristian Graf, «por encubrimiento agravado y sustracción de evidencias». No se le podría imputar homicidio porque, según el Código Penal argentino, este prescribe 12 años después si se trata de un homicidio simple y de 15 cuando es agravada.
La repercusión del caso ha sido tal que incluso podría provocar un cambio legislativo. Así, hace unos días el diputado Gerardo Milman presentó un proyecto de Ley para que no prescriban los homicidios en los que no se haya encontrado un cuerpo.
De lo que Cristian Graf ha declarado ante el juez nada ha trascendido. Públicamente rompió su silencio el pasado 21 de agosto en el Canal 13. Negó ser amigo de Diego, a quien solo conocía, aseguraba, por haber compartido clase un año. «Tengo la conciencia limpia, mi familia tiene la conciencia limpia», proclamaba, poniendo también la mano en el fuego por su padre, ya fallecido. «Mi papá no puede ser, de la familia nadie. Ni se me ocurriría pensar esto», aseguraba desde su casa ante las cámaras, a las que mostró el lugar donde habían aparecido los restos de Diego. «De una forma u otra al pobre muchacho alguien lo enterró ahí», decía.