En este mandato, Trump busca concretar lo que no logró en 2019, con una estrategia hacia Caracas que combina presión militar y lógica electoral Leer En este mandato, Trump busca concretar lo que no logró en 2019, con una estrategia hacia Caracas que combina presión militar y lógica electoral Leer
Según el refrán, a la tercera va la vencida. Es decir, la tercera vez que se intenta algo es probable que se logre. En el caso de las accidentadas relaciones entre Estados Unidos y Venezuela, todo apunta a que en su segundo mandato el presidente Donald Trump intenta rematar lo que no consiguió la primera vez.
Como se supone que Trump no puede aspirar a una tercera presidencia -aunque ha manifestado su deseo de modificar la Constitución- es en esta segunda oportunidad cuando podría cumplir la promesa que le hizo a los venezolanos en 2019, año en el que el opositor Juan Guaidó encarnó la esperanza del cambio en la nación sudamericana. En aquel entonces Washington movilizó sus fuerzas navales en el mar Caribe después de acusar al régimen de Caracas de ser un narco estado.
Aparentemente todo estaba listo para que Guaidó, proclamado presidente interino, tomara el relevo. Incluso el joven opositor llegó a aparecer en una base militar pidiéndole al ejército que se alzara contra el heredero de Hugo Chávez. Los rumores en torno a una posible intervención de Estados Unidos se multiplicaron, pero todo quedó en humo. Eventualmente Guaidó acabó en el exilio y María Corina Machado se quedó en Venezuela al frente de un asediado bloque opositor.
Seis años han pasado desde aquellos tiempos en que sonaron tambores de guerra y Trump -esta vez con el cubano americano Marco Rubio presidiendo el Departamento de Estado con una política de línea dura frente a los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba-, nuevamente despliega sus alas de halcón.
Desde que volvió a la Casa Blanca anunció que tomaría medidas contra el Gobierno «ilegítimo» de Maduro y no permitiría que su presunta implicación con el Cartel de los Soles dañara a Estados Unidos, destino final de la producción y distribución de drogas que antes de transitar por México hacia el norte se concentran en Colombia, Bolivia, Perú y Ecuador en el corredor Pacífico. Al designar a los carteles de la droga como grupos terroristas, Washington da luz verde a ofensivas contra gobiernos que supuestamente amparan estas mafias criminales.
No sólo Venezuela está en la mirilla de Estados Unidos. También lo está México, pero la actitud del republicano con la presidenta Claudia Sheinbaum es más magnánima. En cambio, con Caracas el lenguaje entre los dos mandatarios oscila entre las amenazas y también negociaciones para facilitar la llegada a Venezuela de los deportados bajo las severas medidas migratorias del trumpismo.
Por lo pronto, hay maniobras militares en las proximidades de Venezuela con un crucero lanzamisiles, un submarino de ataque rápido y otros refuerzos que evidencian el músculo americano. Como respuesta a este despliegue, el gobierno de Maduro moviliza sus milicias y asegura que ningún «imperio» pondrá en jaque su «soberanía».
Pero, ¿estamos ante una escalada del conflicto entre Estados Unidos y Venezuela? ¿Tiene sentido que los venezolanos alberguen de nuevo la esperanza de una intervención que acabe con un gobierno que se mantiene gracias al fraude electoral? Desde Venezuela el politólogo Carlos Raúl Hernández se muestra entre escéptico cuando le hago la pregunta. Hernández no ve demasiado factible una intervención militar de los americanos: «Por muy disparatada que sea la política exterior de Trump, sobre todo en una etapa previa a las elecciones de medio periodo tendría un efecto demasiado grave». También menciona un informe del Departamento elaborado en 2019 que evaluaba una operación similar con un gasto material y en vidas que contravenía cualquier acción. No está de más recordar que la política que defiende la base trumpista es de corte aislacionista.
Es posible que la presencia militar de Estados Unidos en aguas internacionales cerca de Venezuela obedezca a una estrategia de presión y no a la voluntad de un ataque al estilo de la invasión de Panamá en 1989 y la captura del general Manuel Antonio Noriega. Son realidades y escenarios geopolíticos completamente distintos. En círculos de la oposición venezolana vuelve a confiarse en que esta política de cerco favorezca un golpe de Estado y la sublevación popular. Es el mismo deseo que cobró fuerza en 2019. Le pregunto a Hernández cómo es el ambiente que se respira en el país: «Aquí la gente está tranquila en medio de su sumisión». Mientras tanto los buques de guerra estadounidenses avanzan en el mar Caribe.
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